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"El único humo aceptado dentro del Vaticano es el de las papeletas"

"El único humo aceptado dentro del Vaticano es el de las papeletas"

Agencias

La Santa Sede no publica estadísticas sobre los hábitos tabáquico de sus cardenales, y mucho menos sobre quienes participan en el cónclave. Pero hay humo en la memoria: en 1978, el cardenal Tarancón y otros no dudaban en encender un cigarrillo tras el desayuno, antes de votar. Eran otros tiempos, donde la nicotina y la divinidad convivían sin tensiones.

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Con los años, el Vaticano cambió de aires. En 2002 se prohibió fumar en espacios cerrados, y en 2017, el Papa Francisco -poco amigo del tabaco- ordenó el fin de su venta dentro del Estado. Desde entonces, la única combustión permitida es la de las papeletas, cuidadosamente combinadas con perclorato de potasio (oxidante), azúcar (combustible) y lactosa, que ayuda a producir un humo más denso y blanco.

Y mientras tanto, el mundo, concretamente el 32% de la población que es cristiana, observa con ansiedad la chimenea de la Capilla Sixtina. Y como dentro, los cardenales enfrentan su propio viacrucis: cuatro votaciones diarias, sin teléfonos, sin noticias y sin tabaco. Para los adictos a la nicotina, el cónclave es una especie de desintoxicación divina: encierro, oración y abstinencia forzosa.

A estas alturas, fumar dentro del cónclave sería casi un milagro. Pero si ven humo salir del techo, no se alarmen, no es un cardenal en rebeldía fumándose un habano, es fumata blanca. Libre de nicotina, pero cargada de intriga. Y con ese inconfundible aroma a historia recién encendida.

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